Saturday, June 10, 2006

Una intervención laica en la educación para garantizar la ciudadanía


La escuela no puede ser verdaderamente humanista si no es laica. Es decir, verdaderamente respetuosa con toda posible opción filosófica o espiritual que no pretenda imponerse sobre las otras y que no pretenda disfrutar de ningún privilegio en el uso del espacio público...


La educación debe fundamentarse en una perspectiva humanista, en la que el respeto a la dignidad y a la autonomía de la persona constituya la base irrenunciable de la misma, tanto por lo que respecta a los educandos como a los educadores, pero, sobre todo, a los alumnos, que son el sujeto preferente y el primer y último protagonista.
Y esta perspectiva no puede ser verdaderamente humanista si no es laica. Es decir, verdaderamente respetuosa con toda posible opción filosófica o espiritual que no pretenda imponerse sobre las otras y que no pretenda disfrutar de ningún privilegio en el uso del espacio público. La escuela ha de ser el mejor ejemplo de ello. Y, por lo tanto, no ha de vincularse con ninguna otra opción que la del respeto y la tolerancia, sin ninguna clase de dirigismo adoctrinador.
El compromiso por la educación laica es la herramienta para conseguir que los hombres y mujeres se sientan libres y puedan ejercer como seres dotados de capacidad de acción, gozando de posibilidades de crecer, formarse siempre, desarrollarse y, por tanto, vivir con dignidad. Una escuela laica basada en el respeto a la conciencia del alumno que se forma y que ha de estar dotada de instrumentos de juicio crítico no impedirá, en absoluto, el conocimiento de las formas de percepción religiosa del mundo ni de las diversas tradiciones filosóficas, sin presentar ninguna de ellas como un bien espiritual o social positivo que sea necesario asumir irracionalmente. Esta es una de las bases de la educación humanista, crítica y laica.
Por lo tanto, la escuela no ha de ofrecer ningún sistema regulado o extraescolar de difusión de creencias como tales creencias, más allá de su reflejo histórico, filosófico y cultural en las áreas de conocimiento del medio social y cultural y de la historia de las civilizaciones.
La enseñanza en una sociedad democrática debe garantizar el acceso de los niños y niñas, de los adolescentes, de los jóvenes –de todos los ciudadanos y ciudadanas, en definitiva– a una completa formación, no discriminatoria, de carácter universal, con rigor científico y con respeto a la libre conciencia de todos y de cada uno. Ninguna medida desigualitaria que se fundamente en un criterio abusivo y exclusivista puede pretender introducirse en la escuela, imponerse obligatoriamente y producir, como consecuencia, la segregación, la separación entre unos y otros alumnos. Una intervención laica en la organización del espacio escolar –del espacio espiritual y del espacio físico– ha de trabajar para impedir que el alumnado pueda ser separado en función de criterios que, a menudo, son los de la adscripción comunitaria de sus padres o responsables, de su grupo inmediato de convivencia. La capacidad de fomentar el acceso por parte de los chicos y chicas a toda la formación –no tan sólo a toda la información– es un derecho que las sociedades democráticas han de considerar fundamental y, en este sentido, han de priorizar por encima del derecho a la transmisión de los códigos culturales del grupo originario. El derecho de los niños a la educación ha de prevalecer por encima del derecho de los padres o responsables a imponerles sus creencias particulares. Esto, en todo caso, ya lo pueden tener garantizado en casa y en el seno de sus respectivas comunidades de creencia.
Los valores de una educación laica son, en buena medida, los que se adecuan a la perspectiva de una pedagogía respetuosa, en todo, con el ser completo que es el alumno, un ser completo que no es un adulto en minúscula ni en miniatura, pero a quien debe proporcionarse la posibilidad de desarrollar todas las posibilidades que conlleva el ejercicio en plenitud de su misma humanidad. Y de ahí deriva, directamente, la posibilidad de un alcance educativo que fundamente la ética autónoma que garantizará la convivencia civil, permitiendo forjar ciudadanos plenamente conscientes de sus derechos y deberes, conscientes, también, de la posibilidad real de ejercer su soberanía de manera libre y responsable.
La educación en el tiempo libre, la vivencia del espacio, por ejemplo, es un inmejorable ejemplo de ello. Porque es en el tiempo –y en el espacio– libremente escogidos donde los niños pueden desarrollar toda la capacidad de llegar a ser sujetos protagonistas de sus propios criterios normativos. La ausencia de hegemonismos exclusivos y de normas unívocas que se imponen desde fuera de su mismo mundo es una condición necesaria. De eso habló Jean Piaget:
“El alcance educativo del respeto mutuo y de los métodos fundamentados sobre la organización social espontánea de los niños entre ellos, es precisamente el permitirles elaborar una disciplina cuya necesidad se descubre en la misma acción en lugar de ser recibida ya hecha antes de poder ser comprendida; y es en este sentido que los métodos activos hacen el mismo servicio insubstituible en la educación moral y en la educación de la inteligencia: conducen al niño a construir él mismo los instrumentos que le transformarán desde dentro, es decir, realmente, y ya no sólo en superficie”. (Piaget, 1974)
Una educación, reglada y no reglada, laica y activa, centrada fundamentalmente en los niños y niñas, los adolescentes y los jóvenes, constituye una base de las sociedades democráticas y de la convivencia civil pacífica, en la medida en que no se opone a ningún criterio filosófico o religioso, y los respeta todos y, por lo tanto, favorece las condiciones de tolerancia mutua para que todos puedan disfrutar de libertad de conciencia sin imponer las propias convicciones en el espacio público.
Actualmente, teniendo en cuenta los procesos de interacción entre personas, pueblos, culturas y sensibilidades, cada vez más presentes en nuestros contextos contemporáneos, de una asunción coherente del papel formador de ciudadanía de todo el entramado educativo derivará la capacidad de gestión de una sociedad cada vez más diversa y plural, de un espacio público en el cual todos y todas puedan llegar a ser protagonistas activos. Y eso tiene mucho que ver con la vivencia de métodos pedagógicos inclusivos, universales, no monopolizados por ningún sistema único de supuestas verdades finales. Se trata, pues, de que la enseñanza sea el vehículo de los valores que todos los chicos y chicas puedan compartir, impulsando aquello que, de verdad y sin abstracción, tienen en común: el derecho de todas las personas a su dignidad y, por lo tanto, el deber de todas las personas de respetar la dignidad de los demás.
La escuela fomenta esta valoración central de la dignidad de todos y de todas en la medida en que ayuda a formarse una visión del mundo y de la sociedad en la cual todas las personas puedan disfrutar de las mismas capacidades de convertir sus derechos en oportunidades reales, y en la cual nadie sufra ningún tipo de exclusión por razones de identidad, origen, creencia, lengua o cualquier otra característica personal o social. Es decir, en la medida en que anticipa la idea de la ciudadanía republicana (al margen de la forma política concreta que adopte la comunidad) según la cual cada una de las personas es ciudadana en pleno derecho por ella misma y se relaciona directamente con los demás, con la comunidad, con la administración, con el Estado, sin hacer derivar este derecho de su adscripción a uno u otro grupo específico o a una u otra comunidad cultural originaria.
La laicidad, como nexo que fundamenta la convivencia, ha de impedir que en ningún caso alguien pueda hacer uso de su hipotética identidad comunitaria como garantía de privilegios o como excusa para generar exclusiones. Este es, verdaderamente, el peligro del comunitarismo identitario que, a veces bajo el falso aspecto de un discurso multiculturalista, pretende dificultar la transversalidad de la sociedad democrática y segregar a las personas más allá de su derecho a ser reconocidas como ciudadanas por ellas mismas. Todos y todas hemos de ser reconocidos desde la infancia, evidentemente, como sujetos de todos los derechos, como finalidades y no como instrumentos. Los valores estrictamente básicos para conseguirlo no pueden ir demasiado lejos de la asunción de la pluralidad enriquecedora de la vida y de los seres, de su mutua y permanente impregnación, de la gozosa capacidad de disfrutar, precisamente, de esta pluralidad y, con esta finalidad, de respetarla. La tolerancia activa como instrumento, la defensa del derecho a la dignidad de las personas, la no imposición de ningún criterio exclusivo, la no segregación de nadie por motivos de adscripción comunitaria, son sus resultados. Este es el valor humanista que fundamenta la enseñanza laica. ( Vicenç Molina , Fundació Ferrer i Guàrdia. Este artículo ha sido editado originalmente en http://www.senderi.org/ y su publicación autorizada en Avance.cl)
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-Piaget, J (1974). On va l'educació. Barcelona. Teide,. pàg. 62

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